Por: Renata Eguino S.
Voy quitando uno a uno los trapos que me cubren, y me doy cuenta de lo presa que me sentía cubierta por ellos, las mejillas se me enrojecen y mis rodillas comienzan a temblar, me siento más poderosa que nunca.
Me desnudo ante él, soy, al parecer, un alma más de las miles a las que conquista, aunque pocas son las que no se corrompen, las que lo aman con disciplina, las que le sirven con ética, las que lo levantan con la verdad y se entregan con fogosidad.
Porque el periodismo necesita eso, no solo llamativos colores que atraigan miradas de exclamación, sino raíces firmes, con firmes principios y sobre todo con amor profundo a la profesión, porque solo estas raíces son capaces de sostener un árbol que crece cerca de los vientos de la mentira, el oportunismo y la corrupción.
Tristemente estos vientos han sido más bien tornados últimamente, en un país donde parece que la desinformación es el motor de las jugadas políticas y del conflicto social. Un país que esta incendiado de odio, una sociedad que ya no confía en las instituciones públicas ni en los medios de comunicación, que se guía por los post con mayor aceptación en Facebook, que carece de pensamiento crítico individual y que es manipulada por los ejes de poder por ser huérfana de un buen periodismo.
En el influjo de la nueva realidad digital que se ha vivido tras la pandemia en donde la existencia se ha reducido a coexistir a través de la pantalla, se encuentra la influencia de las plataformas virtuales en conceptos tan delicados como la democracia. Los medios han tenido la capacidad de incrustar noticias falsas e ideas en la opinión pública que ha desatado una crisis social en Bolivia. Pues el poder de estas es tal, que ha influido en las decisiones de los ciudadanos, creando falsos profetas, satanizando y exacerbando los defectos de cualquier personaje y modificando las tendencias a beneficio de distintos núcleos políticos en busca de la conveniencia propia.
La búsqueda de información verídica se ha vuelto una tarea difícil, que requiere de mucho tiempo y que pocos son los que se toman el trabajo de realizarla, por lo tanto la mayoría de la población se encuentra sujeta a los pensamientos impuestos por la colectividad y carece de la oportunidad de recurrir a un medio y/o personaje confiable.
Bolivia precisa periodistas que sean capaces de dar al pueblo lo que merece, sin juegos electorales de por medio, sin trampolines políticos, sin intereses partidarios y sobre todo con la garantía de un estado que proteja los derechos de comunicación e información de sus ciudadanos.
Nuestro país necesita leyes que recuperen la profunda concepción de que la información va mucho más allá de los medios de comunicación, que tenga un enfoque dirigido a las nuevas (aunque ya no tan nuevas) tecnologías, que tome en cuenta el nuevo contexto cultural e histórico que vive el país, que reafirme el periodismo como profesión, no un oficio de aficionados y que reconsidere que el arte de obtener, elaborar y difundir al servicio de los demás debe estar hoy más que nunca, guiado por los principios indiscutibles e inquebrantables de la solidaridad, la honestidad y la unidad.
Por esto los estudiantes de periodismo aspiramos a entregarnos a esta profesión como medio para investigar, descubrir, indagar y compartir, como juguetes de la verdad, de aquello que debe ser contado, anhelamos entregarnos a la profesión como letra, rayón, papel y lápiz, para que en nosotros escriba las comas y los puntos que deben ser compartidos con nuestro país, para que nuestro servicio siempre sea a favor del pueblo. Pero sobre todo para dar voz a los callados y oír a los no oídos, porque a fin de cuentas, el periodismo proviene de las ganas de investigar que son tal vez estas personas las que realmente tienen algo importante que decir.
Para ser periodista hace falta una base cultural importante, mucha práctica, y también mucha ética. Hay tantos malos periodistas que cuando no tienen noticias se las inventan.
Gabriel García Márquez. "El fin de un ayuno". El País, abril de 1994.