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¿Qué tan parecidos somos a nuestros padres?

Ángeles López


Fuente: Ángeles López 


A lo largo de nuestra  vida, todos hemos escuchado alguna vez frases como: "eres igual a tu madre" o  "tienes el mismo carácter que tu padre". Para algunos, estas comparaciones nos generan una mezcla de orgullo y desconcierto. En una sociedad que valora tanto la autenticidad, parecerse a nuestros padres puede sentirse como una carga o algo que intentamos evitar a toda costa. 

No podemos negar que siempre tenemos algo de nuestros padres, ya sea físicamente o hasta sus hábitos, que aunque neguemos el parecido, sigue estando ahí. Va desde la forma de la nariz, de los dedos o del color de ojos, hasta el carácter que tiene cada uno. Es por ello que nunca vamos a ser completamente nosotros, sino una mezcla de todo lo que vamos aprendiendo de la sociedad y de las personas que están alrededor de uno.  

Cuando estamos en la niñez somos como una esponja que absorbe todo lo que está a su alrededor. Lo mismo pasa con los valores y hábitos que nos enseñan nuestros padres . A veces, inconscientemente, adoptamos sus formas de pensar y actuar, lo que no es malo, sino que es parte de nuestro aprendizaje. Muchas personas temen parecerse demasiado a sus padres, pero aceptar nuestras similitudes no significa renunciar a nuestra propia identidad. Somos una combinación única de nuestros padres y nuestras propias experiencias.


Fuente: Ángeles López 


Aunque compartimos muchas características con nuestros padres, cada generación y persona es única. Somos el resultado de nuestra propia vivencia y de los cambios que ocurren en el mundo, con un poco de nuestros progenitores. Nuestros padres nos transmiten no solo sus defectos, sino también sus virtudes, sus habilidades y formas de enfrentar los problemas, que a lo largo de nuestras vidas se vuelven  herramientas valiosas, para enfrentar obstáculos. Aprender a reconocer y apreciar estas cualidades positivas es fundamental para nuestro bienestar emocional.

Ser auténticos no significa negar nuestras raíces, sino integrarlas de manera consciente en nuestra propia identidad. Somos una combinación única de nuestros padres y nuestras propias vivencias. Aceptar esta realidad nos permite vivir con mayor plenitud y gratitud, ya que  la herencia es mucho más que genes, es un legado que llevamos con nosotros a lo largo de toda nuestra vida y está bien, porque nos recuerda de dónde venimos. 


Nunca seremos iguales pero tampoco diferentes.


 
 
 

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